viernes, 25 de noviembre de 2016

¿Tener o no tener hijos?



Llega un momento en la vida de toda pareja, de toda persona, en que se plantea esta cuestión.

Tener hijos es algo precioso y a la vez complicado, que implica acompañar, educar y entregarles a ellos, lo mejor de nosotros mismos.

Hasta hace algunas décadas, el proyecto de vida de una pareja se basaba en casarse, tener hijos y educarlos. Hasta ese momento no había muchas opciones para el control de la natalidad. Socialmente, ser una mujer realizaba se asociaba necesariamente con la maternidad  y tener hijos con un medio para alcanzar la felicidad. 

A partir de los años 60, la posibilidad de controlar la natalidad convirtió la maternidad/paternida en una opción, en una elección que en muchos casos se toma en función de las ganas, de un proyecto personal y/o de la conveniencia para la mujer o para la pareja. 

Tener hijos ha dejado de ser algo obligado por los dictados de la naturaleza y la tradición.

Ahora, cada vez son más las parejas que deciden, consciente y voluntariamente aplazar la maternida/paternidad, orientar su vida hacia otros proyectos, incluso no tener hijos.
Adoptan un modelo de vida en común, sin hijos, igualmente satisfactorio. Son parejas en las que no está implícito el deseo de procrear y cuya realización no pasa por formar una familia tradicional y deciden que el núcleo familiar se limite sólo a dos, pudiendo disfrutar de una mejor situación económica, desarrollo profesional y más tiempo disponible para la pareja.

En el otro extremo, nos encontramos con personas que, habiendo tenido hijos, dudan de si fue una buena decisión. Ante una crisis de pareja o un divorcio, o si no lograron desarrollarse profesionalmente o en algún otro aspecto, cuando sus hijos son mayores se preguntan si esto era lo que querían haber hecho con su vida.

Entonces ¿estamos hablando de comodidad, de egoísmo o de responsabilidad y consciencia?

Ser padres es para toda la vida.

Cuando la decisión de tener o no tener hijos ya no depende de criterios biológicos, religiosos o sociales, se hace necesario reflexionar y sopesar opciones. Ahora va a depender de dos preguntas: ¿quiero? y sobre todo ¿puedo?

Los motivos que pueden llevar a las personas a renunciar a tener hijos son de todo tipo: buscar el desarrollo profesional y personal; por miedo a afrontar la responsabilidad  que conlleva educar a una persona;  por motivos económicos (el coste de tener un hijo es cada vez más elevado); por la incertidumbre del futuro; por no tener una pareja estable; incluso por temor a repetir en sus hijos las malas experiencias de la propia infancia; o no sentirse capaces de ser “buenos padres”.

Tanto por cuestiones prácticas - normalmente se necesitan dos sueldos para mantener una casa, con las consecuentes dificultades para conciliar vida laboral y familiar-, como por razones culturales -ya nadie duda que tanto el hombre como la mujer tengan el mismo derecho a desarrollarse intelectual y profesionalmente-. Y pensando en poder garantizarles a los hijos un mínimo de seguridad y bienestar afectivo, emocional y económico, la decisión de tener hijos es tan importante que hay que tomarla con la mayor reflexión y asumiendo las consecuencias.

Es necesario plantearse para qué queremos ser padres, si seremos capaces de amar a los hijos incondicionalmente, qué esperamos de esos hijos, cuáles son nuestras prioridades, a qué estamos dispuestos a renunciar y que estamos dispuestos a cambiar y también, como no, si tenemos la capacidad económica necesaria para asumir esta responsabilidad.










Cristina Enseñat Forteza-Rey 
Psicóloga General Sanitaria
Orientadora Familiar 





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